Durante muchos años, Angalia Bianca durmió en edificios abandonados de Chicago y robó para comprar drogas. Estuvo varias veces en la carcel por falsificación de documentos, robo, intrusión en propiedad privada y posesión de estupefacientes. Sin embargo, algo cambió tras ingresar en prisión por séptima vez, Angalia se dio cuenta de que tenía que abandonar ese estilo de vida, pero no sabía cómo hacerlo.

Tras cumplir su condena, se puso en contacto con A Safe Haven, la organización de ayuda a personas sin hogar, y se trasladó a su albergue situado en Rogers Park, un vecindario de la ciudad de Chicago. Allí siguió al pie de la letra el programa establecido por la organización: asistió a todas las reuniones, superó los exámenes para la detección de drogas y se ofreció a trabajar como voluntaria en múltiples ocasiones.

“Básicamente me enseñaron a vivir. Yo no tenía costumbre de levantarme temprano por las mañanas ni sabía cómo limpiar una cocina. Ellos me mostraron cómo hacer esas pequeñas cosas que la mayoría de las personas dan por sentadas”, explica.

A Safe Haven es una red de albergues dedicada a abordar las causas de la falta crónica de vivienda y a enseñar a sus residentes cómo vivir sin drogas ni alcohol. Neli Vazquez-Rowland, socia del Club Rotario de Chicago, y su esposo Brian Rowland, fundaron la organización hace ya 20 años. Bajo la dirección de Neli, más de 50.000 personas han seguido un programa que ofrece tratamiento, educación, atención médica, capacitación laboral y búsqueda de empleo a sus participantes.

 
 

UNA HISTORIA PERSONAL

Cuando fundaron A Safe Haven, ni Neli ni su esposo tenían experiencia formal en el campo del servicio social, pero si contaban con una motivación personal. A comienzos de la década de 1990, ambos eran profesionales destacados en el campo de las finanzas, pero sus vidas sufrieron un giro brusco cuando Brian se convirtió en adicto al alcohol. Por suerte, ellos pudieron hacer frente a los costos del tratamiento de rehabilitación, pero descubrieron que lo único que en verdad los separaba de una vida en las calles o de la prisión era su patrimonio.

“Nos dimos cuenta de la suerte que teníamos ya que disponíamos de recursos para obtener la ayuda que necesitábamos en ese momento y pagar el mejor tratamiento disponible”, señala Neli. “Mi propia experiencia me hizo comprender la gran disparidad entre las consecuencias que una misma situación puede causar a distintas personas. Una persona con dinero tiene acceso a tratamientos y abogados con los que rehacer su vida e incluso conservar su trabajo. Sin embargo, si la misma situación se produce en una persona sin recursos, lo más normal es que termine en la cárcel”.

Cuando Brian logró superar su adicción, la pareja descubrió que había muy pocos servicios para personas inmersas en su proceso de rehabilitación, especialmente si no tenían dinero o apoyo familiar. Las agencias gubernamentales no podían atender a todas las personas que intentaban rehacer sus vidas. Por eso, en 1994, Neli y su esposo compraron y rehabilitaron un edificio de apartamentos abandonado en Logan Square, otro vecindario de Chicago. Su intención era alquilar el edificio durante un año a personas que se estaban recuperando de su adicción al alcohol o las drogas y, cuando el mercado inmobiliario se recuperara, venderlo por una buena ganancia. Sin embargo, cada vez más personas se les acercaron para solicitar sus servicios y Neli se dio cuenta deque ella y su esposo podrían ayudar a transformarles las vidas.

UN REFUGIO SEGURO

La pareja fundó la Fundación A Safe Haven y desarrolló un programa integral para personas durante el período de rehabilitación. Neli, mientras continuaba su carrera en el campo de las inversiones, financió personalmente la atención a miles de personas. Sin embargo, tras cinco años, tanto ella como Brian vieron que la situación no era sostenible.

En 1999, gracias a un estudio realizado por la Northwestern University que les brindó los datos objetivos que necesitaban, pudieron solicitar financiación externa y firmaron su primer acuerdo con el Departamento de Instituciones Penitenciarias del estado de Illinois mediante el que ofrecieron alojamiento transitorio a ex delincuentes no violentos.

Por aquel entonces, Neli decidió abandonar una carrera profesional que había permitido a su familia llevar una vida acomodada. “Fue como una revelación”, explica. “Nos preguntamos: ‘¿Qué hacemos? ¿Estamos aquí para dedicamos al mundo de las finanzas o para ayudar a los demás?’”.

Veinte años después, A Safe Haven cuenta con 28 locales en Chicago, situados en edificios previamente abandonados que la pareja compró en los vecindarios de South Shore, Englewood y North Lawndale, áreas que otros promotores inmobiliarios rechazan.

DE LA FALTA DE VIVIENDA A LA INDEPENDENCIA

Neli sabe que no hay una sola solución posible al problema de la carencia de vivienda. Si bien algunos clientes están ya preparados para alquilar una vivienda y vivir por su cuenta pero no pueden hacerlo debido a su historial crediticio o antecedentes penales, otros tienen dificultades para obtener un empleo tras salir de prisión, también cuentan con familias que llegan al refugio por primera vez a consecuencia de haber perdido su empleo y techo.

En respuesta a estas situaciones, A Safe Haven estableció empresas sociales para dar empleo a los graduados de sus programas.  Ahora cuentan con negocios de hostelería, jardinería y exterminación de plagas.

“Los servicios que ofrece A Safe Haven son gratuitos, pero sus clientes se comprometen a alcanzar la autosuficiencia. Tenemos mucho éxito porque contamos con personas en distintas etapas de su proceso de rehabilitación”, comenta Neli. “Es emocionante ver de nuevo el orgullo en sus ojos y comprobar su entusiasmo por volver a valerse por sí mismos”.

Hoy Neli continúa dirigiendo A Safe Haven, pero pasa tres o cuatro días al mes en una oficina en Washington, D.C., donde se reúne con líderes universitarios, empresariales y gubernamentales para promover este modelo de servicio en todo el país.

“Todos queremos lo mismo, pero es difícil llegar a un acuerdo sobre cómo conseguirlo”, señala.

La sede de A Safe Haven se encuentra en North Lawndale, uno de los vecindarios más pobres de Chicago. En el edificio, un oasis en este entorno, un adolescente explica cómo la organización le ayudó a reencontrarse con su padre. Una señora de mediana edad que acaba de completar el programa se despide de los amigos que hizo en el albergue antes de mudarse a su propio apartamento, y un joven se acerca a Neli para darle las gracias por salvar su vida.

Neli no puede caminar ni un minuto sin que alguien la salude por su nombre, y ella también conoce el de todos los residentes.

“Mi trabajo es el más gratificante del mundo”, concluye. “¿Qué puede ser mejor que salvar vidas?”

Por Megan Ferringer

Adaptado de un arttículo publicado en el número de febrero de 2014 de The Rotarian

25-Feb-2014

 
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